09:30 de la mañana, me despierto
con esos segundos de desconcierto por no saber dónde estás, envuelto en una
manta rosa, y un sol radiante que entra por la ventana. Mi cerebro empieza a
carburar y me sitúa en mi nuevo hogar, aún desconocido.
Era el primer de los 3 días que
tenía libre antes de volver a volar, así que quería dedicar el primer día para
organizar el piso y comprar lo necesario, sobretodo algo para dormir caliente y
que no fuera de color rosa…
Lo primero que hice fue una ducha
de agua hirviendo para entrar en calor, y además, con ese baño de cristal, esa
terraza y ese sol que hacía, no había mejor manera de empezar el día. Me di
cuenta que también tenía que comprar cortinas, porque mi intimidad dentro de la
ducha era escasa ante las ventanas de algunos vecinos.
Me puse cómodo, y empecé por la
lista de tareas para el día, que no eran pocas. A parte de comprar la ropa de
cama, iría también a una tienda de decoración que me recomendó Julie, una
azafata finlandesa. Me encanta el estilo nórdico, sobrio, elegante, y sin nada
cargado. Y ella también me encantaba, porqué esconderlo.
Me faltaba un equipo de música
urgente, odiaba estar en silencio absoluto. Mientras estaba apuntando todo lo
necesario, me di cuenta que precisamente no había una paz sensorial, sino que
de fondo y no sé de donde, escuchaba… ¡gemidos!. Paré de escribir al momento y
activé mis sentidos para descubrir de dónde venía, cualquiera lo hubiera hecho…
Y quien diga que no, miente. Me dirigí hasta la ventana que daba al patio del
edificio, la abrí, y al momento supe que venía de allí.
En efecto, había una vecina
disfrutando de los placeres carnales. Eran suaves, con algún grito intercalado,
vaya, que estaba disfrutando de lo lindo esa chica, o fingía de manera
excepcional. Me puse a investigar de donde vendría, y lo único que podía
adivinar, era que no era de las plantas de más abajo, sino que tenía que estar
en las plantas de arriba, porque se escuchaba demasiado bien, a no ser que era
una leona en celo.
Creo que Murphy había decidido
ser mi Ángel de la guarda en mi nuevo piso, porque después del frío del primer
día, ahora tenía que escuchar como a mi vecina disfrutaba a placer.
¿Sería una pareja sexualmente muy
activa? ¿La vecina con un juguete? ¿Dos chicas juntas? ¿Película porno en dolby
sorround? Eso último no creo, porque parecía muy real, pero era imposible
averiguar tanta información sólo con ese ruido, pero aún peor era intentar
escribir y concentrarme con eso de fondo, así que decidí irme y ya desayunaría
en el bar.
Cogí la manta y bajé por las
escaleras para devolvérsela a Daniela, no quería tener que volver a dormir con
esa manta rosa. Me planto delante esa puerta donde la noche antes había hecho
el ridículo, y ni de coña volvería a pasar. Intenté llamar al timbre, de verdad
que lo intenté, pero el ruido que escuchaba detrás de esa puerta no me dejaba.
Esos gemidos que me habían desconcentrado, ahora más fuertes y más cerca,
¡venían de allí!
¿Sería Daniela? ¿O sería otro u
otra que estaba en ese piso? Sabía que ella había hablado con otra gente la
noche anterior, pero no iba a llamar al timbre para descubrirlo, ni mucho
menos. Detrás de esa puerta había un festival carnal, y no tenía la intención
de interrumpirlo, a nadie nos gustaría tener que parar mientras estás comiendo
un cuerpo y menos para recoger una manta rosa. Confiaba que fuera un día
puntual y no lo habitual en mi nueva casa, de lo contrario eso parecería la
mansión Playboy.
Opté por dejar la manta en el
rellano, y con una nota de gracias. No creo que la otra vecina se la robase, y
por un momento, pensé en ella y deseé que fuera una parejita tierna de
jubilados medio sordos y no tuvieran que vivir tan de cerca los placeres del piso de enfrente.
Al fin salí por el portal y atrás
se quedaron esos gemidos de mujer que a cualquier hombre nos gusta sentir en
nuestra oreja mezclados con los suspiros de la respiración.
El problema es que ahora tenía
hambre de comer y también hambre de sexo, y no iba a terminar el día sin
satisfacer las dos…